Cuando
doblo esta palabra, la figura que me devuelve es una “silla”.
La palabra deseo viene del latín clásico ‘desidia’, ociosidad,
pereza, cuya raíz está en el verbo ‘desidere’, permanecer sentado, que
se compone del prefijo ‘de-‘ y el verbo ‘sedere’, estar sentado.
Es curioso que en la raíz de una palabra tan
etérea como ‘deseo’, se halle un étimo latino que alude a un concepto tan material
y tangible como “silla”.
“Solo
hay una fuerza motriz: el deseo”, decía Aristóteles. En buena parte, el
deseo es el motor que nos puede levantar de la silla para conseguir aquello que
queremos alcanzar.
Sin embargo, la “silla”, sugerida en
el étimo, no implica la acción de conseguirlo, de levantarse. En este sentido,
desear conlleva seguir estando sentado, esperando, anhelando obtenerlo.
"Hay
quien tiene el deseo de amar, pero no la capacidad de amar", decía Giovanni
Papini.
En la misma línea decía Tom Morris: “Una meta no es lo mismo que un deseo, y ésta
es una distinción importante que debemos hacer. Puedes tener un deseo que no te
conduzca a la acción. Pero no puedes tener un objetivo en el que no tengas la
intención de actuar”.
Y es que, como decía Osho: “Los deseos nunca están aquí y ahora. Son
solo mentales, están en la mente. Y no pueden cumplirse porque su propia
naturaleza es moverse hacia el futuro”.
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