Cuando
doblo esta palabra, lo que me devuelve no tiene figura porque es un ALMA
GRANDE.
Una palabra
poco utilizada pero realmente preciosa. Belleza hay incluso en cómo suena:
MAGNÁNIMA. Con esa aliteración de ‘emes’ que en el habla están representando musicalmente
la suavidad y la delicadeza del que ‘ama’, y que evoca a la palabra
onomatopéyica ‘mamá’ (amma) y su ya estudiada relación con ‘amar’.
Ser
magnánima, por tanto, da mayor capacidad para amar. Y esta capacidad se
fomenta desde que se nace, donde son necesarias las personas que a uno le rodean. A
través de los demás llego a mí en el amor.
Generoso, comprensivo y compasivo son términos que vienen a utilizarse actualmente para describir a una persona
magnánima. Así, por ejemplo, se dice que una persona lo es si sabe perdonar
aquellos errores que cometen quienes le rodean o aquellos a los que más quiere.
Hace falta
tener un alma grande para perdonar porque el que 'per-dona' insiste abundantemente
('per') en dar amor ('donar') a los demás. A través de los demás llego a mí en
el perdón: aprendo a perdonarme a mí misma.
Gracias a
lo que podemos ver fácilmente en los demás, consigue uno verse honestamente tal y como
es, sin la fantasía o la censura con la que se halaga o se castiga respectivamente. A través de
los demás, llego a mí en la aceptación: llego a ‘abrazarme’ a mí misma 'completa': con mis
virtudes y mis defectos.
Pues sí. Quiero ser
una persona magnánima. Una persona que, rendida, deja de revivir el mismo
sufrimiento (RE-SENTIMIENTO) y llega junto con el otro (COM-) a sentir el suyo
(-PASIÓN), logrando completamente capturar (PER-CEPCIÓN) los sufrimientos
ajenos e insistiendo abundantemente (PER-) en dar amor (-DONAR) a sí mismo y a
los demás.
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