‘Serenus’, sin
nubes, despejado, puro, contiene el étimo latino ‘serus’, que significaba tarde-noche.
Cuando doblo esta palabra, lo que me devuelve es una noche pura y sin nubes.
Cuando doblo esta palabra, lo que me devuelve es una noche pura y sin nubes.
Una ‘serenata’ era en origen una música o tipo de pieza
musical para festejar al aire libre y con el tiempo se relegó a la noche
o se asociaron a la noche.
‘Sereno’ también son gotas de rocío que aparecen por la
noche y al amanecer sobre la vegetación o cualquier otro objeto y que se forman
por la condensación del vapor de agua atmosférico que sucede cuando desciende
la temperatura durante las noches sin nubes, ya que esta condición
favorece que la superficie de la tierra irradie más calor a la atmósfera y se
intensifique su enfriamiento.
‘Tranquillus’, más allá
(‘trans-‘) que calmado (‘quiescere’, calmarse, reposar).
Es curioso cómo la etimología nos indica que estar sereno es similar a un cielo despejado y
sin nubes y no en cualquier momento del día, sino necesariamente durante la
noche, durante la oscuridad. Y que estar tranquilo
consiste en incrementar la calma.
La etimología nos muestra una vez más cómo dos sinónimos
pueden presentar una notable diferencia:
Estar sereno
implica un estado.
Estar tranquilo
conlleva una acción.
Se puede ser tranquilo en apariencia física, pero llevar
consigo una tormenta de agitadas nubes.
Se puede ser muy activo y dinámico, y poseer un cielo despejado
en el interior (oculto donde nadie lo ve -noche oscura-).
Mi tranquilidad es física y mi serenidad, e-spir-itual.
Muy fundamentado el discurso, como casi siempre. Efectivamente, serenidad y tranquilidad, aunque lo parezcan, no son lo mismo. Se dice que los ojos son el espejo del alma. El espejo es el atributo de la prudencia y encarna la sabiduría. Una mirada clara y limpia es una mirada serena. Un estado del alma. Para mí es muy difícil llegar a este estado de sosiego que implica, sin duda, ausencia de conflictos graves, solidez de principios y una larga (y dura) experiencia. Solo lo consigo de manera intermitente, incompleta. Afortunadamente, para compensar, suelo mantenerme tranquilo en medio de una tempestad, cuando casi todo el mundo entra en pánico, y no es capaz de pensar. De hecho, en un par de ocasiones, al menos, puedo decir que he salvado la vida porque en unos pocos segundos, que parecían eternos, he mantenido la calma. Eso sí, después de pasado el peligro, mi corazón latía a más de 200 pulsaciones. Es curioso, pareciera que solo sé tomar el camino correcto cuando no hay una segunda oportunidad.
ResponderEliminarPara terminar, unos versos, muy conocidos, de Gutierre de Cetina:
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.