Cuando doblo esta palabra, es un
soplo de aire lo que me devuelve.
‘Spiritus’, procede del verbo ‘spirare’ que significaba soplar,
probablemente una onomatopeya del sonido que hace uno al espirar. ‘Spiritus’
designaba, por tanto, el aire que se soplaba en la respiración. El aire que
sale por la boca al espirar.
En la antigüedad esta palabra ya tenía que ver con alma. De hecho, la tradición exigía que
un familiar recogiera el último aliento del fallecido con un beso, para que su
alma no fuera atrapada por malos espíritus o fuera víctima de encantamientos o
maldiciones.
Independientemente de querer ver algo sagrado o divino en
el ‘spiritus’, lo que queda claro es que con el acto mismo de respirar se relacionan no sólo acciones físicas en sí, sino también
las de carácter anímico como anhelar, inspirar, conspirar, aspirar, suspirar...
Pero la respiración es tan básica, tan mecánica,
involuntaria e invisible, que a menudo pasa desapercibida por completo. En la
actualidad se relacionan con la respiración técnicas orientales milenarias para relajar cuerpo y
mente. Relajación y respiración van
unidas, de la misma manera que la ansiedad va unida a una alteración en
la forma de respirar (‘anhelar’, respirar
con dificultad, con fatiga).
Así, se llega a una respiración con-sciente y
a-tendida que no sólo da vida por propia autonomía, sino que, bajo nuestra
voluntad, nos da también paz interior.
El ‘spiritus’ es el aire vivificador y procesado
por mi cuerpo al salir de mí.
Aire, que es el mismo que vivifica a todos.
De todos y cada uno sale el mismo aire según sea su
respiración.
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